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Mario Levrero murió en su ciudad en agosto del 2004. Tenía 64 años, había pasado casi toda su vida en Montevideo, y dejó una obra extraña y signada por los giros bruscos. Para ponerlo un poco en contexto, dentro del astillado e irreductible mapa de la literatura sudamericana, pensemos lo siguiente: murió un año después que Roberto Bolaño, y a sólo dos semanas de Marosa Di Giorgio. Lo que pasó con Bolaño es conocido: ya antes de volverse póstumo estaba experimentando una escalada de popularidad frenética y sin precedentes, y su muerte aceleró las cosas a niveles pasmosos. Por ejemplo en Estados Unidos, que es históricamente un mercado cerrado y egocéntrico, está hace meses clavado en el cenit de las listas de los más vendidos. Leer nota
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