Los últimos filetadores de colectivos atravesaron todos los matices del reconocimiento público. En un trayecto zigzagueante, saltaron de sus dos décadas de gloria (entre los años 60 y 80) a padecer el rótulo de "arte menor". El fileteado quedaba relegado a obras de caballete, confinado a pequeños talleres privados y salas de arte escasos de promoción.Sin embargo, sus pioneros -seguidos por perseverantes discípulos- resistieron la caída pincel y paleta en mano. Improvisaron sus ateliers en la casa familiar o en rincones de los talleres de carrocerías, en los márgenes de la ciudad de Buenos Aires y en el conurbano.
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