
En la pasividad de una tarde dominguera, Lorenzo Quinteros trae una imagen  que lo vincula a su primer encuentro con algo parecido a un espectáculo. Tenía  siete años y estaba en su pueblo natal, Monte Buey, en la provincia de Córdoba.  “En un acto de mi escuela hacía un número folclórico donde me tocó bailar una  zamba. Mientras bailaba se me cayó el chiripá porque me quedaba gigante y la  gente empezó a reirse. Pero yo seguí bailando así, a propósito. Es más, hacía  que se me caía y lo pisaba; entonces me di cuenta de que eso era un espectáculo  porque daba risa y entretenía: no importaba tanto la danza sino lo que estaba  haciendo en el escenario con ese chiripa”. 
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