
Su voz era un como un “río negro” con ese timbre cavernoso de orador sagrado. El  acento pesimista de Ernesto Sabato coronaba a esa otra voz, la del monstruoso  mundo de sus tinieblas, como decía en sus páginas, que surgía en sus novelas,  especialmente en 
Sobre héroes y tumbas. Autor entrañable para miles de  lectores, sin más patria o nacionalidad que el hachazo y la conmoción que  significa transitar por los universos y laberintos de 
El túnel o  
Abaddón el exterminador, su muerte, hoy a la madrugada en su casa de  Santos Lugares, a los 99 años, cuando parecía que festejaría su centenario de  vida, no lo exime del “juicio de la historia”.
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