Aquel domingo 9 de abril de 1978 para Joaquín Carbonell fue un día surrealista.  A las tres de la tarde, justo cuando el cantautor, su guitarrista y el músico  Iñaqui Fernández abandonaban Zaragoza rumbo a Madrid, donde esa noche darían un  concierto, la mujer de Fernández llamó para avisar de que se había puesto de  parto. De hecho, estaba tan de parto que no hubo tiempo ni para llevarla al  hospital: el niño nació en la parte trasera del Seat 600 con el que el grupo  intentaba trasladarla a la sala de Urgencias. Horas y kilómetros más tarde, los  tres terminaban su actuación en el escenario de la Escuela de Ingenieros de  Madrid. Fue entonces cuando un hombre de pinta rara, delgado, con barba y un  acento andaluz muy cerrado, fue a saludarles. "No recuerdo si llevaba su típico  sombrero negro. En esa época mucha gente se acercaba tras un concierto. Fue uno  más", cuenta Carbonell. Sin embargo, respecto a los otros, ese uno más tenía un  nombre y un talento que harían la historia de la música española: se llamaba Joaquín  Sabina. Leer nota
viernes, 17 de junio de 2011
Joaquin Carbonell : Mi amigo Joaquin Sabina
Aquel domingo 9 de abril de 1978 para Joaquín Carbonell fue un día surrealista.  A las tres de la tarde, justo cuando el cantautor, su guitarrista y el músico  Iñaqui Fernández abandonaban Zaragoza rumbo a Madrid, donde esa noche darían un  concierto, la mujer de Fernández llamó para avisar de que se había puesto de  parto. De hecho, estaba tan de parto que no hubo tiempo ni para llevarla al  hospital: el niño nació en la parte trasera del Seat 600 con el que el grupo  intentaba trasladarla a la sala de Urgencias. Horas y kilómetros más tarde, los  tres terminaban su actuación en el escenario de la Escuela de Ingenieros de  Madrid. Fue entonces cuando un hombre de pinta rara, delgado, con barba y un  acento andaluz muy cerrado, fue a saludarles. "No recuerdo si llevaba su típico  sombrero negro. En esa época mucha gente se acercaba tras un concierto. Fue uno  más", cuenta Carbonell. Sin embargo, respecto a los otros, ese uno más tenía un  nombre y un talento que harían la historia de la música española: se llamaba Joaquín  Sabina. Leer nota
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