El actor nace con la necesidad de hacer creer. Pienso que hay cierta animalidad en este oficio. Un día vi una película en el  cine de mi pueblo y me habrá pasado algo parecido a los pastorcillos de Fátima o  de Lourdes cuando vieron a la Virgen: quedé fascinado. Yo creía que los indios  que veía eran de verdad, al igual que todo lo que les pasaba. Fue tan fuerte esa  sensación, que me desmayé. Por eso después de cincuenta años en este negocio,  para mí lo más importante sigue siendo el juego de hacer creer a otro que soy lo  que no soy. Por encima de todo es un juego, nada más ni menos que eso. Pero el  gran riesgo es que no te crean y que hagas el ridículo. Leer nota 
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