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La cita estaba pautada para las cuatro de la tarde en Caseros, centro de operaciones de La Franela y casa de P. Fernández. El viaje empezó mal. El remisero no tenía la más puta idea de cómo llegar a destino. La Autopista del Oeste era un caos por un accidente en uno de sus carriles. “¿Vieron que cuando subimos me persigné? Sabía que algo iba a pasar”, confesaba el maniático al volante, unos segundos después de que una moto le arrancara el espejito lateral del auto. Luego de varias maniobras peligrosas, insultos en casi todos los idiomas y algunos llamados para avisar del retraso, la mamá le abrió la puerta al NO, con Danilo (el —simpatiquísimo— bebé del guitarrista) en brazos.
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