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Los portugueses son sobrios, muy bien educados; eran miles los que abarrotaban el sábado por la tarde y el domingo por la mañana, horas después de la muerte de José Saramago, el viernes 18 de junio, la Plaza del Municipio, ante el Ayuntamiento de Lisboa, y no se oía ni una mosca. Se lo dije al editor del Nobel, el noble Zeferino Coelho, amigo de José en el triunfo y en la enfermedad: "Sí, ya sé", me dijo, "los portugueses somos así. Y mira por donde eso que envidias es lo que menos nos gusta. ¡Nos gustaría gritar como los españoles!"
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