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Joaquín Sabina apareció en escena vestido con chaqueta de frac, camiseta negra, pantalón vaquero gris y su clásico bombín, que no se quitó en toda la noche pese a tener buena y abundante cabellera. Las pantallas laterales nos ofrecieron su rostro, e inmediatamente el detector de tuning se puso en marcha. Algo había hecho... El sabueso que estaba a mi lado lo vio en el acto; los dientes, se ha cambiado aquellos dientes de fumador empedernido, dijo, por otros blancos, perfectos. Estaba más guapo, claro. Como siempre, a medio afeitar, simpático, generoso, entregado a un público «que ha sabido perdonármelo todo, incluso aquel gatillazo del Jovellanos». «Tiramisú de limón», «Allons, enfants de la patrie...» El delirio. Y tomó la palabra: «¡Buenas noches, Gijón! ¡Nos felicitamos porque somos campeones!» Delirium tremens.
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