jueves, 30 de diciembre de 2010

El legado inmortal de Satragni

Se hace difícil asociar la muerte, ese probable agujero negro, con el rostro chambón, los colores, el groove en revolución permanente y el goce de Beto Satragni, unos meses antes de apagarse, tendiendo un puente entre las dos patrias que amó: Argentina y Uruguay, casi lo mismo. Cantando algo así como “Noches de calor, calle y tamboril”, una templada noche de marzo en el Teatro IFT, ahí nomás de Once, o, cinco meses después, llevando el pulso nodal de una Buenos Aires polirrítmica a la Sala Zitarrosa de Montevideo, a través de “Hay un funk en la oreja del Obelisco”, uno de los temas que hizo roncha no bien entraron a germinar las raíces de Raíces, allá por fines de los setenta. Ese Satragni, contento, enérgico, con los dedos sobradamente afilados y lúdicos como para sostener un sólido andamiaje musical desde el bajo, no condice con el no ser. No pega. No resiste sin que ocurra una catarsis. Leer nota

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