El Tata, está visto, no es un personaje para entrevistar en un bar cualquiera o en un escenario impersonal. El es su entorno: "Fijate en la foto que está ahí en la pared" o "Mirá esto que está acá en la biblioteca". De no haber sido en su casa -ya instalado en Buenos Aires, después de 30 años en París, donde se exilió en el '74-, la charla hubiera sido otra. De hecho, mientras busca entre sus tesoros del pasado, aparece una vieja libretita en la que figuran, en birome o lápiz negro, los teléfonos que en los '70 tenían Ives Montand, Charles Foucault, Romy Schneider. Leer nota
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