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Primero fui visitante de Nueva York. Durante tres décadas. Ahora llevo nueve años viviendo aquí. Al principiar mis temporadas neoyorkinas, tenía que tener tres habilidades para torearla sin tropiezos: el crimen estaba en alza, era necesario hablar en inglés -no se manejaba otra lengua comprensible-, y era inevitable viajar en vertical, hacia los altos pisos de los altísimos rascacielos. Para mí sólo el tercer punto tenía muy serios inconvenientes: las alturas me dan vértigo.
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