Es el negocio del nunca acabar. Todavía quedan cientos de cintas en los baúles y es así como los Beatles nunca morirán y ya –como en mi caso– entraron con su “Submarino amarillo” en un niño de un año y medio con esa alegría sin igual. Porque son eso: ¡el sinónimo más claro de que se puede ser feliz! ¿La caja? La escuché toda. Primero puse “Dear Prudence” y luego “Trufas en el Savoy”. Si querían sonar como un disco de U2, lo lograron. La batería y el bajo tienen la dimensión que nunca oiste antes. ¡Y el bombo de “Yellow Submarine” es de cuero seco!. Leer nota
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