domingo, 21 de febrero de 2010

Jose Pablo Feinmann

Ravel
Cierta vez, en una mesa de café, divagando sobre música, intérpretes y compositores, alguien, inspirado, dijo: “Yo no sé si ese tipo inventó algo. Pero qué me importa. Todo lo que compuso es genial”. Se refería a Ravel, al exquisito, al sensual, al prodigioso orquestador, al que ahondó como pocos en los secretos del piano, que son infinitos, al solitario, al hombrecito bajo y escueto, al compositor del que es –para mí– el más poderoso poema sinfónico de la historia de la música, La Valse (1920). Y esta afirmación tajante me obliga a encontrar en ella mi punto de partida. ¿Hemos pensado todo lo que significa –no ya en la historia de la música sino en la de la cultura de la modernidad– esa partitura de Ravel? Leer nota

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