Hace un par de días, muy cerca de mi casa, me encontré con un desmochador en acción. La cabeza me hizo un truco y me lanzó a mi niñez de San Antonio.
No sé cuántos años hacía que no veía la escena de un hombre trepando a las alturas de una palma real, valiéndose de un habilidoso intricado de sogas. Era un hombre mayor, por supuesto, y no se quejaba de su suerte; sólo se lamentaba de que ya no había cuerdas como las de antes, más gruesas y mejor construidas, que facilitaran el ascenso y la seguridad. Crónica aquí.
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