
Mi viejo escribía teatro. Hizo dos sainetes que no se han estrenado nunca. Fue amigo de José González Castillo y del vecino que estaba del otro lado de esta pared: Raúl González Tuñón. A mí lo que más me marcó de Tuñón era su dignidad como persona. Hoy lo veo más digno aún porque tengo el reflejo de una sociedad desmedida, llena de puñales, donde todos se codean por una aspiración a la referencia y no a la pertenencia. Raúl era un hombre sencillo, no un transa. Creo en eso. Leer nota
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