Cuenta la musicóloga e historiadora Shirli Gilbert que, cuando decidió investigar las prácticas musicales de los prisioneros en los guetos y campos de concentración nazis entre los años 1939-1945, las reacciones de sus amigos más cercanos y sus familiares oscilaban entre dos extremos. Estaban los que le agradecían el esfuerzo por reivindicar el costado más heroico de la resistencia espiritual, el gesto desafiante de las víctimas ofreciendo su música como una afirmación de identidad. Otros, en cambio, le reprochaban que, sumergida en las historias del horror, la autora decidiera rescatar la frivolidad de algunas canciones populares. Leer nota
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