El power trío ofreció un soberbio recital, en el que combinó su rico repertorio con su calidad de músicos y una puesta original y equilibrada.
Divididos tocó el sábado –también el viernes- en el Luna Park, y la rompió, la descosió, la dejó así de chiquita, y ratificó con honores, una vez más, su condición de aplanadora –y topadora, y locomotora- y también escuela de rock.
Porque, y aquí va la primera razón que justifica la sentencia, la banda establece con el público una conexión que evita la demagógica igualación entre escenario y platea -o campo o lo que sea-. Una decisión bienvenida entre tanta exaltación del protagonismo compartido. Y no porque abajo no pasen cosas también, con pogos que son de antología, sino porque Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella, a quienes el tránsito por la era de la madurez les sienta bárbaro, se hacen cargo del rol que les toca jugar. Y lo juegan a pleno. Nota aquí.
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