El bar de abajo de su departamento, su propio hogar o, en este caso, la retaguardia de un restaurant en el microcentro: esos son los ámbitos habituales en los que se suelen dar las charlas con Daniel Melero. Oriundo de Flores, a punto de cumplir 54 años, Melero encarna a una clase de porteño a la vieja usanza y en vías de extinción: muy amigo de sus amigos, amabilísimo, verborrágico, gracioso, reflexivo, irónico, observador de la realidad y de los fenómenos actuales.
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