El día estaba especial para escucharlo. Goteaba levemente, hacía mucho frío y la noche comenzaba a anunciarse en un cielo violáceo. Esa voz, compañera de soledades cuando la ciudad y todos duermen, volvió a ser un refugio, cuando se apagó la de la Negra Sosa reviviendo en una canción. “No escribí este libro para contestar preguntas que yo mismo no me hacía”, bromeó Alejandro Dolina al presentar Cartas marcadas, su primera novela,
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