Y es que Andrés Calamaro
parecía tener a finales del siglo pasado un futuro brillante y plácido como
estrella de rock con éxito comercial y respeto crítico. Tras el éxito de
Alta suciedad, su primer disco en solitario tras Los Rodríguez, se
esperaba de él otro álbum conciso y de lujoso sonido, pero las expectativas
están para romperse y una serie de circunstancias (entre las que estuvo la
separación de su mujer) le empujaron a un año de grabaciones kamikazes en diez
estudios de tres países diferentes.
El resultado fue Honestidad Brutal, una
desmesura no sólo por sus dimensiones (37 canciones) o por los palos musicales
que tocaba, sino por la desnuda profundidad emocional de sus textos y lo
turbulento de su gestación. Leer nota
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