El 8 de enero pasado, David Bowie editó su último disco, Blackstar; ese mismo día cumplía 69 años. El 10 de enero, apenas cuarenta y ocho horas después, los medios anunciaron su muerte. Nadie sabía que estaba gravemente enfermo: fue un secreto guardado con fidelidad por su círculo íntimo. El impacto mundial creció gracias a la sorpresa y la incredulidad: había decidido, con el disco y los oscuros videos que lo acompañaban, convertir su muerte en una obra de arte. Leer
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