Tener hambre es lo primero que se aprende, decía el poeta. Al menos nos quedan los poetas. Nos quedan los poemas. Joan Manuel Serrat hace ya casi cuarenta años lo gritaba cuando su álbum en homenaje a un poeta proscrito con tres heridas llegó hasta los giradiscos hambrientos de aires nuevos, aún víctimas de la censura franquista, para devolverle la vida y prender fuegos en época de incendios prohibidos. Han pasado los años y Serrat vuelve sobre aquellos laberintos y renueva ahora sus votos con el poeta de Orihuela, mientras en una broma del destino Garzón escapa por la puerta de atrás, y las tumbas siguen sin tener nombres, hambrientas de flores y justicia. De poco parece servir escarbar la tierra con los dientes. Leer nota
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