miércoles, 27 de enero de 2010

Gal Costa

La bossa y el folklore, otro romance
Gal entrega el micrófono al público. Le pide que cante. El público canta. Al menos las más conocidas, pero canta, y la plaza Próspero Molina –en su sexta luna– se transforma en una apoteosis colectiva del portuñol. O, citando a Peter Capusotto, en un hervidero de canciones cantadas en un portugués de mierda. “Loco, pegale a una palabra al menos”, le indica un tipo a otro, en la segunda fila, ambos sumergidos en la atmósfera suave del momento cenit de la noche. Gal Costa fue el antídoto eficaz para olvidar rápido la decepción de otra visita ilustre: Pablo Milanés. Inundó de ese swing tan despojado, tan de ellos, ansiolítico y delicado, un espacio a priori poco habituado a la bossa y sus alrededores. Leer nota

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