Irrumpe sin compañía ni coraza, abrazado solo a esa guitarra de la que nadie imaginó que atesorara semejante caudal de emociones. Paco, fiel a sí mismo, a su amor por las cosas sobrias, serenas y henchidas de magia: la camisa blanca, el chaleco oscuro, el rostro ladeado y los ojos comprimidos, ciegos de tanta belleza. Las manos de Paco de Lucía han aprendido itinerarios y vericuetos que otros no pueden ni tan siquiera concebir. Por eso había de ser alguien como él quien inaugurara anoche los Veranos de la Villa madrileños, y solo él quien repitiera actuación (esta noche, más) en el menú de 32 conciertos para sacudirnos los sofocos estivales en la explanada de Puerta del Ángel. Leer nota
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