Alex de la Iglesia es, como mínimo, una figura compleja. Intensa, simpática, agresiva, descarada, tan desaforada por momentos como sus películas. Por otros, en cambio, puede ser un sujeto amable, tierno, racional, comprensivo, querible. Esas dos partes del realizador bilbaíno de 45 años, creador de clásicos de culto como Acción mutante, El día de la bestia, Muertos de risa o La comunidad , se enfrentan, como en una demencial sesión de terapia pública, en Balada triste de trompeta , la película que le permitió el año pasado ganar el premio al mejor director (y mejor guión) en el Festival de Venecia. Leer nota
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