En tiempos de trofeos y medallas, Calamaro prefiere llegar bien estudiado y pisado a dar todas las bolillas. Anunciará, en algún momento de sus largas dos horas en el escenario, que es el show 31 del Bohemio Tour. Los alistados visten de negro, igual que él, como apóstoles que se toman la noche para un matar o morir que podría obviarse: hay 20 mil fans dispuestos y dispuestas a delirar por un repertorio que ya es ganador desde las gateras del Hipódromo.
En plan “pandilla salvaje”, la banda (de la que el cantante es parte tocando un teclado Roland con una vincha que le amucha el pelo hasta dejarlo como un Keith Richards por Gasalla) ataca las canciones. Leer nota
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