“Tenés media hora, ya que después viene otro medio”. Las palabras cayeron como un baldazo de agua fría. ¿Cómo condensar en tan solo 30 minutos una charla con esos dos muchachos que esperan tras una puerta de vidrio? ¿Acaso serían suficientes 1800 segundos para saciar las dudas de este curioso cronista?
Lo cierto es que una vez dentro, el tiempo, hasta ese entonces mi principal enemigo, pareció detenerse. No debido a una falla técnica de mi reloj de aguja, sino a causa de mis entrevistados, un lujo de esos que suceden muy de vez en cuando. Leer nota
No hay comentarios:
Publicar un comentario