Cuando le pregunté a mi padre cómo se sentía después de ser sometido a una operación de cataratas, me contestó que le pareció ver
El juicio final de Miguel Angel después de los quince años de restauración por parte de los japoneses. Al ser hombre de pocas palabras, sobre todo en sus últimos años, mi padre debía ser interpretado frecuentemente al modo oracular. Sin embargo, en esta ocasión, su metáfora era elocuente y encarnaba, además, todo un capítulo de la historia del arte.
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