Decía mi abuela “una misa no hace daño a nadie” cuando, habiendo fallecido un amigo de mi padre, pedía que se celebrase una por el difunto en la iglesia de su pueblo, aunque éste no hubiera pisado lugar más santo que los bares en los que había brindado con mi viejo. No sabía mi abuela por entonces, claro, del coste de la misa que el Papa va a celebrar en Madrid a propósito de las Jornadas de la Juventud convocadas en mi ciudad. Crónica completa
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