Llegamos a las dos de la tarde sabiendo que Joaquín Sabina no se va a despertar antes de las cuatro. Comenzamos con Jimena, su novia, a conocer la vivienda y a fotografiar rincones. De pronto, y antes de lo previsto, una voz rota inunda el salón: «¿Os gusta mi piso?». Nos damos la vuelta y nos sorprende un Sabina recién levantado y con muy buen humor. A partir de entonces todo son risas y facilidades para cualquier cosa que le pedimos. No le importa disfrazarse, tumbarse, meterse en la ducha... El día es radiante y él se queja todo el tiempo de que hay demasiada luz natural y de que su casa es bastante más bonita a partir de las siete de la tarde: «Soy mejor iluminador y experto en luces indirectas que cantante». Todo esto tiene mucho que ver con el horario tan especial que tiene Joaquín Sabina, que duerme de día y vive de noche.
Su casa es como él, un exceso ordenado. Si algo pudiera definirla, sería la palabra coleccionismo. Sabina atesora de todo: relojes, muñecas y frascos de farmacia antiguos, juguetes de hojalata, vírgenes, instrumentos de música, alamares, capotes de toreros...: «Tengo espíritu de chamarilero, me gusta coleccionar objetos que a menudo no tienen ningún valor, pero sí alma». Sin embargo, lo que más le enorgullece son sus libros. Una cuidada biblioteca catalogada de cabo a rabo reviste todas las paredes de la vivienda: «A estas alturas de mi vida, soy también mejor lector que compositor. Ayer llegué a las cuatro de la mañana, y me puse a leer a Quevedo y luego a componer». Cuenta muy emocionado que el poeta José Hierro, íntimo amigo suyo, estuvo corrigiendo, durante su última semana de vida, un soneto escrito por Joaquín que, después de varios cambios, fue incapaz de superar. También nos confiesa que un original de Víctor Hugo es uno de los regalos que más ilusión le han hecho nunca. Leer nota completa y ver las fotos , aqui
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