Tres cosas marcaron la vida de Henning Mankell: su detective Kurt Wallander, su vida africana como director del Teatro Avenida de Maputo (Mozambique) y una soledad rotunda e imperturbable, apenas matizada, "una soledad inmensa que nada enturbiaba", como escribiera.
Justamente su enfermedad, de la que se enteró en diciembre de 2013 (ese dolor no era tortícolis), es la que mueve el relato autobiográfico Arenas movedizas, publicado en español el mes pasado en el que desapasionadamente el tumor funciona como aquella magdalena de Proust y despierta memorias no siempre tristes. Leer nota aqui
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