El encuentro no puede ser en otro lado: la ciudad vieja de Montevideo, calles con adoquines, atmósfera de mediodía y un bar con sillas y mesas de madera. Es en el Café Brasilero, donde suele pasar animadas tardes con amigos, periodistas, escritores, gente.Eduardo entra puntualmente a las 2 de la tarde, trae una boina azul, haciendo juego con un pañuelo, y una bolsa con libros. Pide un jugo de naranja y el café Galeano, un invento propio que además de café, lleva crema, chocolate y canela. Me cuenta que el Brasilero fue fundado en 1877 –es el más antiguo de la ciudad–; en él se respira bohemia y nostalgia; un oasis para estos tiempos de puro vértigo. “Quedan pocos sitios como éste. No sé cuánto más pueda subsistir.” Leer nota
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