
Nadie podrá decir que desde “El cantante” hacia aquí, ese periodo de seis años que puede ser denominado como el de vuelta a los formatos convencionales de grabación –tras “El salmón” y todo el tránsito doméstico-camboyano–, Andrés Calamaro se ha dormido en los laureles. Para nada: Con “El cantante” (2004) se refugió en las manos de Javier Limón y su equipo habitual para redescubrir su voz ante el micro, enfrentándose a clásicos latinos y a unos pocos temas propios. “El regreso” (2005) fue el documento que testimoniaba en vivo lo solvente de su repertorio en el retorno a los escenarios. En “Tinta roja” (2006), de nuevo con Limón en los controles, seguía deteniéndose en canciones ajenas, dejando que, otra vez, trabajara la voz, con lo mínimo y sobre clásicos del tango.
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