martes, 26 de octubre de 2010
El acantilado del grito - UNa historia para ser leída
Cuando, en 1889, Edvard Munch vio cumplido su sueño de residir en Francia, gracias a una beca, se mostró más entusiasmado por las lecciones del casino de Montecarlo que por los impresionistas parisinos. No es que no le interesara Monet pero le interesaban aún más los jugadores de la ruleta. Entusiasta de Dostoieski, también Munch consideraba que el casino era “un castillo encantado donde se citan los demonios”, afirmación del escritor ruso en El jugador . Con respecto al de Baden-Baden. Al parecer el pintor nórdico se pasaba horas y horas entre las ruletas, pero no jugando –como sí hacía Dostoievski– sino observando los rostros de los jugadores. Leer nota
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