Apenas unos minutos después de haber inaugurado la capilla ardiente, Cristina acariciaba el féretro como se acaricia una camisa. Ya la separaban de su esposo las infinitas distancias que imponen los féretros cerrados. Al mismo tiempo, esa distancia indicaba que ellos, la esposa y los hijos, ya habían elegido una despedida anterior, íntima y secreta, preservada de lo público, a lo que ellos dedicaron sus vidas.
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