"Gracias por hacer realidad este sueño de una noche de verano que vengo a disfrutar con ustedes". No pasaron más que cinco minutos desde que Joan Manuel Serrat recorrió ese no tan largo camino que separa el backstage del borde del escenario de un Teatro Colón colmado, para desandar los hermosos versos de La paloma y producir ese maravilloso efecto de encantamiento que ahora se prolonga a lo largo de Mi niñez y seguirá hasta dentro de un par de horas.
"Picados de viruela, huérfanos de escuela", canta Serrat, mientras la orquesta formada por maestros de la Sinfónica Nacional, la Filarmónica de Buenos Aires y la Camerata Bariloche, al mando de Joan Albert Amargós, balancea sus metales con sus cuerdas para que sobre las texturas que construyen las palabras del Nano fluyan y lleguen claras, nítidas, hasta el último rincón de la sala, que le devuelve un aplauso tras otro, cada vez menos contracturado. Nota aquí.
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