En una introducción musical, a veces, abreva la esencia de un show. Este es el caso.
En las raíces familiares de su artista principal (a pesar de haber nacido en Londres), aparecen las gaitas de un clásico escocés, Scotland the Brave, abriendo la noche. Y también está el sonido de Soulfinger, de los estadounidenses The Bar-Kays, un ensamble de sonidos simples y bailables, que se engarza a un buen rhythm & blues de 1967. Porque Rod Stewart es mixtura y adaptación, el responsable de ponerle su cuota de sensualidad al sonido disco, el rock y el pop.
Roderick David Stewart es un cantante que no parece haber nacido en los coletazos de la Segunda Guerra Mundial (1945, año en dónde la mayoría del público que asistió el viernes a GEBA aún ni había nacido), pero sí que tiene la capacidad para convocar a millennials y a adultos mayores, por igual. El los reúne, en ese ritual de baile y tarareo de obras (en su mayoría ajenas), hechas propias. Siempre con la estirpe del playboy con voz disfónica. El que marcó a varias generaciones, elevando al rock y al pop hacia la potencia melosa que se le antojó. Leer aqui
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