Ni el día más gélido del año logró vencer un rito ineludible: la visita al mausoleo de Carlos Gardel en el Cementerio de la Chacarita. Cada 24 de junio, aniversario del trágico accidente de 1935 en Medellín, las huestes gardelianas no pierden la ocasión para dejar una colilla encendida de cigarrillo entre los dedos de la estatua, llevar flores o simplemente tributar con su presencia al máximo ídolo del tango. Entre turistas, curiosos, guitarristas y hombres vestidos a la usanza de los años 30, con traje y funyi, ayer se vivió un nuevo capítulo de un fenómeno excepcional que orilla el misticismo. Gardel convertido en un santo que protege y cumple milagros. Leer nota
No hay comentarios:
Publicar un comentario