En sus últimas apariciones antes de morir el pasado mayo, Antonio Vega (Madrid, 1957-2009) lucía en su cuello un colmillo que pendía de un cordón. No era un accesorio más. Era un amuleto regalo de los niños indígenas de Río San Juan, al sur de Nicaragua. El molar pertenecía a un jaguar que había tenido atemorizada a toda la comunidad. Con el talismán, los pequeños querían agradecer al cantante la pequeña escuela construida en medio de la selva gracias a su ayuda. A Antonio Vega, media vida desahuciado por sus dependencias, se le asoció siempre con la melancolía y los mundos más sórdidos, pero mantenía en el anonimato este perfil solidario que ahora sale a la luz. Leer nota
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