El primer golpe de Estado en América latina desde la asunción de Obama ha enfrentado a la Casa Blanca con un problema complejo: no lo puede apoyar públicamente, pero tampoco quiere que Zelaya se acerque a Venezuela. Así, incurre en maniobras de diverso color para conciliar los dos propósitos: la primera fue descargar en la OEA la responsabilidad de negociar entre el depuesto Zelaya y el usurpador Micheletti y la respuesta, la unánime condena al golpe y la expulsión de Honduras del organismo, desagradó al Departamento de Estado, que ya le bajó el pulgar a la posible reelección de su secretario general, el chileno Insulza. Leer nota
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