Jimi Hendrix, en su apartamento de Greenwich Village, Nueva York. En algún momento de la primavera de 1970, pocos meses antes de su muerte. Está tocando una canción con su guitarra acústica, un tema con un cierto ramalazo beatle. Canta suave y sutil, tira de falsete, destila melancolía. Sí, es él, el hombre de las guitarras furibundas y salvajes, el maestro del acople, el que quemó su guitarra en el legendario festival de Monterrey, el hombre que revolucionó la forma de tocar la guitarra eléctrica a finales de los sesenta. La grabación, que él mismo realizó en su casa, desnuda un registro que apenas cultivó. Un registro que tal vez hubiera desarrollado y nos hubiera descubierto a otro Jimi Hendrix de no producirse aquella fatídica combinación de vino y pastillas para dormir que se lo llevó el 18 de septiembre de 1970. Leer nota
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