“La realidad baila sola en la mentira”, canta León Gieco en “La colina de la vida” y el verso encadena justo con otro que sonó un rato antes: “Bajen las armas, que aquí solo hay pibes comiendo”, de “El ángel de la bicicleta”. La realidad indicó hoy temprano que la policía le tiró gas pimienta a chicos de un comedor infantil en Lanús. Y a mentira sonaron las excusas de los uniformados, una vez más. Gieco, en tanto, está plantado en el escenario principal del Lollapalooza, justo donde los trolls online no querían verlo, y donde sencillamente da una lección de rock (con algunos tintes folk) al público millennial.
Y como se trata de Gieco, la memoria está viva y presente. Desde antes de tocar una nota, el santafesino habló contra el ciberbullying, luego dedicó una canción a los hijos de desaparecidos y otra a las mujeres. De todos modos, las canciones hablaron por sí solas, y desde el inicio con “Todos los caballos blancos” hasta el cierre con “La mamá de Jimmy”, el repertorio elegido fue tan acertado por la forma de comunicarse con el público como por las ideas que le transmitió. El cantante recurrió a la sangre joven de Infierno 18 para rockear con guitarras afiladas, y a canciones como “En el país de la libertad”, “Los salieris de Charly”, “Hombres de hierro” y “El imbécil” para conmover a unas cinco mil personas.
Gieco es Gieco. Por eso se bancó quedarse solo en la inmensidad del escenario y cantar a capela “Cinco siglos igual”, antes de enfatizar cada uno de los versos de “La memoria”. Quizá fue la canción que menos encajaba en el espíritu lúdico de este festival, pero tal vez por eso también haya sido la más necesaria: el repaso de tragedias y ocasos argentinos fue saludado con reconocimiento y respeto, tanto a cada uno de esos momentos que menciona el tema como al veterano juglar encargado de mantener su recuerdo vivo.
El final fue de celebración, con tres canciones imbatibles, de esas que tienen décadas de escenarios encima: “Pensar en nada” en clave hard rock, “El fantasma de Canterville” con los bpm a full y “La mamá de Jimmy”, una vieja página de Porsuigieco, que generaron el mini pogo más grande del mundo. Así, la polémica sobre si Gieco encajaba en un festival como Lollapalooza quedó arrasada por la contundencia del concierto del santafesino. Y no, no cantó “Sólo le pido a Dios”. Fuente silencio.com.ar
Y como se trata de Gieco, la memoria está viva y presente. Desde antes de tocar una nota, el santafesino habló contra el ciberbullying, luego dedicó una canción a los hijos de desaparecidos y otra a las mujeres. De todos modos, las canciones hablaron por sí solas, y desde el inicio con “Todos los caballos blancos” hasta el cierre con “La mamá de Jimmy”, el repertorio elegido fue tan acertado por la forma de comunicarse con el público como por las ideas que le transmitió. El cantante recurrió a la sangre joven de Infierno 18 para rockear con guitarras afiladas, y a canciones como “En el país de la libertad”, “Los salieris de Charly”, “Hombres de hierro” y “El imbécil” para conmover a unas cinco mil personas.
Gieco es Gieco. Por eso se bancó quedarse solo en la inmensidad del escenario y cantar a capela “Cinco siglos igual”, antes de enfatizar cada uno de los versos de “La memoria”. Quizá fue la canción que menos encajaba en el espíritu lúdico de este festival, pero tal vez por eso también haya sido la más necesaria: el repaso de tragedias y ocasos argentinos fue saludado con reconocimiento y respeto, tanto a cada uno de esos momentos que menciona el tema como al veterano juglar encargado de mantener su recuerdo vivo.
El final fue de celebración, con tres canciones imbatibles, de esas que tienen décadas de escenarios encima: “Pensar en nada” en clave hard rock, “El fantasma de Canterville” con los bpm a full y “La mamá de Jimmy”, una vieja página de Porsuigieco, que generaron el mini pogo más grande del mundo. Así, la polémica sobre si Gieco encajaba en un festival como Lollapalooza quedó arrasada por la contundencia del concierto del santafesino. Y no, no cantó “Sólo le pido a Dios”. Fuente silencio.com.ar
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