Por Horacio González *
La peste no tiene origen, no concluye nunca, aísla a los individuos en su propia fabulación, deja una misteriosa cuota de heroísmo involuntario y permite la sospecha de que la amenaza surge de los propios seres humanos, no del mundo animal, de las aves o de los cerdos. Esto podía leerse en las páginas de La peste, la recordable obra de Albert Camus. La actual situación del virus gripal que recorre el mundo y nuestro país sugiere que está alojado en la realidad de nuestra convivencia diaria y también en nuestro lenguaje. No sólo porque ya habíamos implantado la palabra virus en nuestros acuerdos habituales con la materia informática –transporte de un término biológico a una cuestión técnica. Leer nota
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