Con algunos nombres clave de la literatura rioplatense el círculo parece cerrarse una y otra vez, sólo para volver a abrirse. Ya es lejana la época en que la obra completa de Borges, por ejemplo, podía entrar en un solo tomo, elegido por él mismo. O aquella en que podía considerarse sólo la narrativa de Roberto Arlt, como lo subrayó el impacto reciente de una recopilación prolija y maciza de sus últimas crónicas periodísticas. Juan Carlos Onetti conoció en vida unas obras completas en un solo tomo (en Aguilar, 1970, compiladas por Emir Rodríguez Monegal), que, previsiblemente, se fueron ampliando. Algo parecido pasa con Quiroga, con Macedonio, con Rodolfo Walsh, hasta con Felisberto: siempre falta algo, que de paso puede ser importante. Leer nota
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