Con traje verde y su infaltable bombín negro, sale al escenario y el Luna Park repleto estalla. De fondo se lee Buenos Aires.
Joaquín Sabina sabe encantar al público porteño, que creció con él y en promedio tiene “cuarenta y diez”, pero vuelven 15 y hasta 20 años atrás durante dos horas y media coreando sin parar las canciones más entrañables del cantautor.
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