Hace ya bastantes años que Joaquín Sabina se situó en una privilegiada posición más allá del bien y del mal, con sus canciones instaladas en el imaginario colectivo y consciente de que cuenta con una legión de devotos seguidores que van a llenar sí o sí cualquier recinto en el que actúe, y jalear con entusiasmo hasta el más mínimo gesto del artista. La presentación de su nuevo disco, Vinagre y rosas, el jueves en la sala Mozart, fue una nueva demostración de que la sabinitis es una enfermedad -metafóricamente hablando, claro- con mayor incidencia que la gripe A. Leer nota
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