La señora viste colores oscuros. Sobre sus hombros un pañuelo o quizás, un chal intenta protegerla del viento frío y seco que a esa hora de la mañana golpea a la ciudad de Buenos Aires. La señora transporta una guitarra. Entra al estudio de grabación y saluda con cierta timidez al técnico de sonido que el sello ha dispuesto para ese día. Parece de pocas palabras, pero no importa: el técnico sabe que la señora viene a grabar un disco y que su turno, dentro de una larga lista de músicos y cantantes, es el de las nueve de la mañana. Son tiempos de fordismo y líneas de montaje, y uno de los axiomas de la industria discográfica señala que dos canciones se graban en dos horas. Leer nota
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