EFE - Pero antes y para retrasar un clímax que duró las casi dos horas que el veterano músico estuvo sobre el escenario, por los altavoces los cerca de 5.000 aficionados que se dieron cita en el Palacio de los Deportes de Bogotá escucharon los acordes de Lili Marleen, prolegómeno del momento estelar en el que Joaquín Sabina, ataviado con un traje azul y sombrero bombín, atronó con su presencia el escenario.
Olvidados los fantasmas que le atenazaban y le rodeaban en forma de ataques de pánico, las notas salieron de su voz rasgada y poco a poco la audiencia se sumergió en las letras canallas y los sonidos que envolvieron el auditorio. Leer nota
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