Cuando el corpulento Michael Moore apareció en sociedad hizo bastante gracia. Muchos vieron en él una flamante mosca cojonera, inevitable golosa que hurgaba en las entrañas del sistema para limpiarlo. Con los años, y pasotes tan repelentes como el que se marcaba con Charlton Heston, que lo invitó a su casa para ser insultado, el tipo ha perdido brillo. Sólo los muy recalcitrantes y los halcones ven normal el idilio yanqui con las pistolas o siguen dando la chapa con las bondades de una sanidad basada en el emblemático axioma de que cada perro, etc. Ahora bien, ciscarte en la papilla mental que atonta al contribuyente no otorga carta blanca. La última película de Moore, 'Capitalismo: una historia de amor', lo muestra disparando contra los mandarines que han depredado Wall Street. Leer nota
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